Clavel



La flor del Emperador Carlos I
Clavel rojo
El clavel, la flor que el Emperador Carlos I de España le regaló a su mujer la Emperatriz Isabel en los jardines de la Alhambra como símbolo de amor eterno.
Fue su apasionado romance motivo de inspiración para los poetas de la corte que escribieron sobre el amor que vivieron los emperadores el mágico entorno de los jardines y las fuentes de su palacio, en Granada.
Un Palacio en el que, según documentos históricos, Carlos V entregó a su esposa el primer clavel. Una flor de Oriente desconocida hasta entonces que gustó enormemente a la emperatriz. De hecho, para agradarla, pidió el emperador que se plantaran millares de claveles en la Alambra y se extendió el aroma de éstos por todas partes. 
Sucedió, por lo tanto, durante aquellos meses, que el clavel se puso de moda en España y que descubrieron los poetas los endecasílabos... Versos y rimas con las que escribieron que a la reina Isabel le gustaba dormir recostada en el pecho del Soberano y que la Emperatriz se había quedado embarazada –según, Garcilaso de la Vega- una tarde de agosto: “ Aconteció en una ardiente siesta viniendo de la caza del jabalí...”
"Moriré más no gritaré"
Isabel de Portugal estaba embarazada del que llegaría a ser Felipe II cuando empezó a pensar en establecer la corte de su reino en Toledo.
Una ciudad a la que llegaría no obstante, en 1538, después de haber dado a luz a seis hijos sin proferir ni un grito. O al menos eso es lo que cuenta la historia.
Partos difíciles y muy dolorosos que la Reina soportaba con estoico valor a pesar de que la comadrona real la animaba a que gritara para aliviarse. “Mi comadre que yo moriré, más no gritaré”, le respondía la emperatriz a la matrona cada vez que se acercaba el momento del alumbramiento...
Hasta que, en la primavera de 1539, cuando daba a luz a su séptimo hijo, –sólo tres sobrevivieron al parto y a la niñez- Isabel exhala, a los 36 años, el último suspiro. El emperador, desesperado, se encierra en el monasterio de Sila, cerca de Toledo, durante dos meses.
Y su enamorado cortesano Francisco de Borja a quien se le encarga que acompañe el cadáver de la Reina hasta Granada, dice: “No volveré a servir a quien se pueda morir”. Y así fue. Francisco ingresó en la compañía de Jesús para servir a Dios y acabó convertido en Santo. 

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